(LA PARABOLA DEL HIJO PRODIGO) “Todo es Amor, todo es Ley” Robert Browning. En la parábola bíblica del Retorno del Hijo Pródigo (Lucas 15: 11-32), encontramos una referencia simbólica del principio esencial en el que se sustenta el pensamiento religioso: la presencia de una interacción entre el Ser Universal y el Ser humano individual, entre una divina e ilimitada disposición de dar (el Amor) y la humana y limitada disposición de recibir solo aquello a lo que somos receptivos (la Ley de Causa y Efecto). En el relato bíblico, un padre que tenía dos hijos debe confrontar con ellos dos situaciones diferentes y antagónicas: el hijo menor le pide la parte de la hacienda que le pertenece por herencia con la intención de partir hacia una provincia alejada, en tanto que el mayor decide permanecer al lado de su padre.
Simbólicamente, esta dualidad representa los dos estados de conciencia que son necesarios para que exista una verdadera individualidad, es decir, una mente que se reconoce a sí misma con voluntad y poder de elección, que puede optar libremente por la acción correcta o incorrecta, por el bien o por el mal (permanecer al lado del padre o apartarse de él). El padre le entrega su herencia al hijo sin argumentar con él, sin intentar disuadirle, haciéndole ver que por su mal juicio tomaba una mala decisión. La ausencia de argumentación implica que no existe oposición o contradicción en el Universo. La naturaleza, dice Plotino, nunca argumenta y solo se contempla a sí misma, lo que da origen a la forma a través de la cual se expresa. Así, el padre no insistió en decirle al hijo que permaneciera en casa por su bien y procedió a dividir entre ambos hijos la herencia que les correspondía. El Universo nos da lo que pedimos y solo la experiencia puede enseñarnos qué es lo que es mejor tener. Con el beneficio en sus manos, el hijo emprende su marcha a la lejana provincia que había elegido, y una vez allá, malgastó toda su herencia viviendo perdidamente. Aquí la provincia apartada simboliza un estado de conciencia aislado del Bien presente, que parece no tener recuerdo de la existencia de Dios (el padre) como una realidad actual. Caído en la miseria y presa de las necesidades que no podía satisfacer, uno de los ciudadanos de aquella región lejana llevó al hijo a su hacienda para darle un trabajo, el cual consistía en cuidar y alimentar a sus cerdos. Por el hambre que tenía deseaba comer las algarrobas que los cerdos comían pero nadie se las dió. Entonces se preguntó: “¿cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan mientras yo aquí padezco de hambre?”. Así que tomó la decisión de retornar al hogar paterno para recuperar el bien perdido. Esto implica que nadie puede darnos o quitarnos sino únicamente nosotros mismos. En situaciones de perturbación o de necesidad solo nosotros podemos tomar la decisión de “volver a la Casa del Padre”. Tenemos libertad de elección pero esta casa estará siempre abierta. No podemos contraer lo Infinito sino solamente expandir lo finito.
El Retorno del Hijo Pródigo simboliza el gran despertar, el tomar conciencia de que provenimos de un estado espiritual superior, de paz, poder y plenitud. El Universo es ilimitado y abundante, al que no se puede quitar ni agregar nada y al que podemos experimentar conscientemente en este mundo. La parábola significa que estamos aún en el estado de un despertar (el hijo que toma conciencia de su verdadero hogar), próximos a entrar conscientemente en un estado superior de perfecto gozo y plenitud. Nada puede quitar esta percepción intuitiva de nuestro interior, este despertar de la mente a la realización de la perfección del Universo, a la presencia del Amor y la Ley como pilares fundamentales de nuestra existencia. En la parábola, el padre al ver llegar al hijo corre hacia él “echándosele a su cuello” para abrazarle, lo que significa que existe siempre una acción recíproca entre la Mente Universal y la Individual (“Dios se vuelve a nosotros como nosotros nos volvemos a El”).
Una enseñanza importante de este reencuentro es que el Universo no reprocha ni condena. El padre no se enfrentó al hijo reclamándole su abandono, no le llamó “miserable pecador, indigno de ser llamado hijo mío” (Dios no conoce el mal y no puede referirse a él o concebirlo en alguna forma). Al contrario, dijo a sus servidores: “Sacad el principal vestido, ponedle un anillo en su mano y calzado en sus pies”. El “vestido principal” es el mejor manto que puede envolver y proteger al hijo y simboliza un estado de completa unidad, como lo simboliza también el anillo, un emblema de alianza y fidelidad. El calzado era considerado en la antigüedad como un símbolo de libertad. El hijo encontró de nuevo todo lo que había dejado en casa de su padre y fue bienvenido. El hijo mayor, quien se encontraba en el campo, volvió de él y al conocer el regreso del hermano y el festejo con el que su padre le había recibido se enojó y se rehusó a entrar en la casa. El padre le dijo entonces: “Tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas. Es menester hacer fiesta y holgarnos porque tu hermano muerto era y ha revivido, habíase perdido y de nuevo es hallado”. Lo que la parábola nos enseña es que se debe recorrer la mitad del camino para este reencuentro con la Realidad Inmutable, la cual no puede ir o venir. Al volvernos a ella, ella se volverá a nosotros. Esta parábola es una representación metafórica del propósito esencial inherente a todas las religiones, como el término lo expresa en su etimología (religión: de re y ligare, volver a unir). En el reconocimiento del Amor y la Ley, del Amor como cumplimiento perfecto de la Ley, reside la piedra angular del pensamiento religioso, su universalidad.