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Mundo interior

Actualizado: 23 jun 2021


A veces, estamos esperando a que pase algo crucial, algo que cambiará nuestra suerte, que recompensará nuestra desgracia. Lo esperamos afuera, en forma de palabras sabias, medicamentos milagrosos, eventos cósmicos, alegres tristes abrazos... Esperamos que desde afuera nos salven de la fatalidad del Universo, de esa fatalidad que nos convierte en malnacidos por destino, como daños colaterales sin importancia, ignorados y olvidados por la mayoría, sentenciados por el caos, por ese misterioso azar.

Entre tantos lamentos, ignoramos completamente cómo aquello que necesitamos y esperamos afuera, está ya dentro de nosotros, en este mismo instante, ante nuestros ojos, dentro de nuestros ojos, sumergido en nuestra alma, en el infinito Universo de nuestro mundo interior. Un infinito imposible de capturar con la mente, solamente aprehensible por la profunda fe que se enciende al contemplar lo divino que hay en nosotros. Fluyendo en el círculo vicioso del drama autocumplido, ignoramos completamente que debemos renunciar a esperar recibir de afuera lo que necesitamos adentro. Así que, en vez de tanto recrearnos en la miseria, quejarnos y ningunear al mundo exterior, responsabilicémonos de lo que nos sucede interiormente. No nos damos cuenta que la nada de afuera refleja la nada de atención que ponemos adentro o, mejor dicho, que la nada que sufrimos afuera es un fractal de la nada que nos enorgullecemos de tener adentro. Es la autocompasión y desconfianza en nuestro mundo interior la que invoca un mundo exterior sin consistencia, sin credibilidad, confuso y vago en sus propuestas, relativo y ambiguo en sus señales, sin ningún ápice de valor, castigador hasta en lo más sutil.

Como decía Rabindranath Tagore: "Leemos mal el mundo y decimos luego que nos engaña". Nos engañamos a nosotros mismos y decimos luego que nos engaña el mundo. Escribimos mal nuestra historia en el mundo y decimos luego que nos engaña. Olvidamos que no somos seres indiferenciados sino que somos algo singular y creador que debe conocerse con precisión con tal de comprender qué papel jugamos en este mundo en el que tan fácilmente nos disociamos. Es por ello que en estos casos debemos recuperar la solidez de nuestro yo, la certeza de nuestra inmensidad, la verdad interior que, no conoceremos por la razón, sino por el corazón, el cual nos abrirá a la verdad y al amor del mundo.

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